|
Los ciclos de Salvador Victoria Toda la obra gráfica editada de uno de los primeros y más consecuentes informalistas españoles. Grabado. Salvador Victoria. Museo del Grabado Español Contemporáneo. C/ Hospital Bazán, s/n. Marbella. Hasta el 30 de septiembre de 1998. Por lo que se refiere al reconocimiento global de su trabajo, el caso del turolense Salvador Victoria (1929-1994) ha sido un tanto atípico si lo comparamos con el de otros pintores de su generación adscritos a la poética del informalismo: si bien fue justamente seleccionado por Luis González Robles en 1960 para participar en el pabellón español de la Bienal de Venecia, en su calidad de heroico pionero del caos informalista, y si bien gozó de la inmediata acogida de la galería Juana Mordó y de una merecida fortuna crítica en los medios madrileños desde el instante mismo de su regreso de París en 1964, adonde se había marchado en 1956 hastiado del clima enrarecido y de la falta de expectativas de la capital de España, el conjunto de su obra, sin embargo, no fue objeto de una exposición retrospectiva hasta después de su muerte, una deuda que saldó el Centro Cultural del Conde Duque a principios de 1996. En cuanto a su evolución estilística, también se observan cambios y reflexiones poco habituales: a partir de 1965 abandona progresivamente el desorden subjetivista y la inquietud experimental que habían marcado su trabajo hasta entonces, orientándolo hacia un orden de raíz cósmica e idealista con preponderancia de las formas geométricas elementales, para retornar desde mediados de los ochenta a ciertos aspectos característicos de su vocabulario inicial, concretado ahora en una mayor presencia del gesto, la fractura desgarrada de la forma y lo orgánico. Las únicas e invariables constantes de todo ese proceso han sido la abstracción y la pasión cromática. Ellas son las que principalmente resaltan en esta amplia muestra de la obra gráfica editada de Salvador Victoria, depositada en el museo marbellí gracias a la generosidad de su viuda, Marie Claire Decay. Los primeros trabajos gráficos, pulcras y nítidas serigrafías a base de extensas superficies monocromas, son de 1967 y fueron realizados en Valencia. La primera mitad de los setenta, en consonancia con su obra pintada, es de predominio de limpias geometrías circulares, un elemento que, al margen de combinaciones y yuxtaposiciones con otros como el cuadrado y el triángulo, repetirá de manera incansable hasta el final de su vida, sin que tampoco necesariamente haya que atribuirle un significado simbólico preciso. Esta fase y la siguiente, hasta principios de los ochenta, son las que más nos recuerdan el fructífero diálogo mantenido con su amigo Eusebio Sempere, por ejemplo en las bandas que atraviesan la superficie del papel. A comienzos de los ochenta empieza a trabajar el aguafuerte, una técnica asimismo cultivada por otro de sus grandes amigos artistas, Lucio Muñoz, y que a mi juicio tiene mucho que ver con la vuelta que se opera en su obra desde 1985 hacia el placer de lo gestual y el aspecto herido e inconcreto de la forma, pero sin renunciar al omnipresente círculo y al color, unas veces vibrante, otras veces misterioso y apagado, cual si tratase de representar la imagen genesíaca del origen del mundo. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 19 de septiembre de 1998
|