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La pintura «ensayística» de Oriol Vilapuig ENRIQUE CASTAÑOS
Otros forman al hombre; yo lo describo y represento a uno particular bastante mal formado, y que, si tuviera que modelar de nuevo, haría en verdad muy diferente de como es. Ahora ya está hecho. Pero los trazos de mi pintura en absoluto se alejan de la verdad, aunque cambien y se diversifiquen. El mundo es un columpio perpetuo: todas las cosas se mueven sin cesar, la tierra, las rocas del Cáucaso, las pirámides de Egipto, siguiendo tanto el movimiento universal como el propio. Incluso la constancia no es otra cosa que un movimiento más débil. No puedo asegurar mi objeto. Va confuso y errante, como una embriaguez natural. Lo tomo en este punto, tal como es, en el instante en que me ocupo de él. No describo el ser. Describo el pasaje: no un pasaje de una edad a otra, o, como dice el pueblo, de siete en siete años, sino de día a día, minuto a minuto. Hay que ajustar mi historia al momento. Podría cambiar de pronto, no sólo por azar, sino también por intención. Es un registro de accidentes diversos y mudables y de pensamientos indecisos y, llegado el caso, contrarios; bien porque sea otro yo mismo, bien porque tome los temas según otras circunstancias y consideraciones. Lo cierto es que me contradigo bastante al azar, pero a la verdad, como decía Demades, no la contradigo. Si mi alma pudiera fijarse, no me ensayaría, me resolvería; siempre está en aprendizaje y en prueba. Michel de Montaigne. Ensayos, Libro III, II.
OTHERS
form man; I only report him: and represent a particular one, ill fashioned
enough, and whom, if I had to model him anew, I should certainly make something
else than what he is: but that's past recalling. Now, though the features of my
picture alter and change, 'tis not, however, unlike: the world eternally turns
round; all things therein are incessantly moving, the earth, the rocks of
Caucasus, and the pyramids of Egypt, both by the public motion and their own.
Even constancy itself is no other but a slower and more languishing motion. I
cannot fix my object; 'tis always tottering and reeling by a natural giddiness:
I take it as it is at the instant I consider it; I do not paint its being, I
paint its passage; not a passing from one age to another, or, as the people say,
from seven to seven years, but from day to day, from minute to minute. I must
accommodate my history to the hour: I may presently change, not only by fortune,
but also by intention. 'Tis a counterpart of various and changeable accidents,
and of irresolute imaginations, and, as it falls out, sometimes contrary:
whether it be that I am then another self, or that I take subjects by other
circumstances and considerations: so it is, that I may peradventure contradict
myself, but, as Demades said, I never contradict the truth. Could my soul once
take footing, I would not essay but resolve: but it is always learning and
making trial. Michel de Montaigne, Essays, Book III, II.
Traducción
de José María Valverde Zambrana
Bajo
la vigorosa protección estilística de un lenguaje decididamente expresionista,
los cuadros que Oriol Vilapuig (Sabadell, 1964) presenta en esta exposición con
el explícito título de Dels assaigs (De los ensayos), son una
exploración de las pasiones y sentimientos del hombre, un análisis de las
emociones y de los estados anímicos, un viaje interior cuyo propósito es el
mejor conocimiento de uno mismo y de su posición en el mundo. Explícito porque
alude con toda claridad y de manera transparente a uno de los textos
fundacionales de la conciencia moderna, los Essais (Ensayos) de
Michel de Montaigne. Los Essais han sido aquí el punto de partida, el núcleo
intelectual que ha servido de inspiración a unos trabajos que, en última
instancia, no son más que una reflexión sobre la fragilidad de la condición
humana. Leyendo los Essais, Oriol Vilapuig ha sentido al señor de
Montaigne como su contemporáneo, se ha identificado y ha participado de sus
mismas inquietudes espirituales, sobre todo aquellas que lo convierten en un
representante del escepticismo y en un agudo crítico de la pretendida seguridad
de nuestro conocimiento. Johannes Hirschberger se ha referido con elegante
precisión a cómo la incapacidad del ser humano para captar la verdad divina
que se desprende del opúsculo sobre la Docta ignorantia de Nicolás de
Cusa, se seculariza ahora en la filosofía del período renacentista, cuando es
ya todo el mundo en sí mismo para nosotros algo paradójico y lleno de
misterio, nuevo clima espiritual que terminará concretándose en ese auténtico
escepticismo de Montaigne, para quien el hombre, precisamente por el carácter
engañoso de la experiencia de los sentidos y por la inseguridad sobre la que
descansa nuestro entendimiento, no puede alcanzar un verdadero saber. Pero,
lejos de refugiarlo en una «inactiva resignación», el escepticismo conduce a
Montaigne a la acción, actitud que también observamos en el recurrente
personaje de los cuadros de Vilapuig. En medio de un mundo extraño, dominado
por poderes oscuros —continúa
explicando Hirschberger—, Montaigne descubre que «quien quiere aprender a
vivir, debe aprender a morir». Lo último y decisivo no es el saber, sino el
hecho moral. Es esta conciencia moral, así como el hecho de la revelación, lo
que proporciona cierta seguridad al hombre en medio del desamparo y
desgarramiento del mundo, permitiéndole asimismo recobrar una existencia
independiente.
La
misma independencia que, al margen de Montaigne y otras consideraciones
relativas a su contenido, tiene la pintura de Oriol Vilapuig. Una pintura
—y creo que conviene subrayarlo en un tiempo artístico como el
actual— plenamente autónoma, de una extraordinaria fisicidad y
sensorialidad, de exultante cromatismo y vivísima gestualidad. Una
pintura-pintura que existe sin necesidad de recurrir a ninguna explicación más
allá de las formas que cubren la superficie del lienzo, una pintura pictórica
que no necesita de ninguna justificación metatextual, cuya gozosa plenitud física,
bien sea por la táctil textura de las pinceladas y de los pigmentos, bien sea
por la intensidad de la gama de color, le es suficiente para existir como
realidad estética. Piénsese, por ejemplo, en cuadros como Bañista y Billy
Budd, en los que el azul lo inunda todo, sobreimponiéndose a cualquier otro
recurso o presencia, bañando la vista de pura poesía marina.
Pero,
no obstante esta autonomía de los solos medios de la pintura, el caso es que
Oriol Vilapuig desarrolla en la serie que nos ocupa una interesante reflexión
sobre el sujeto humano, sus inquietudes y su modo de estar en el mundo. Sea o no
su álter ego, lo cierto es que ese personaje recurrente de sus cuadros
es un ser frágil, desvalido, incluso mutilado (obsérvese que le han sido
amputados los brazos), un ser que nos podría recordar a los personajes de
Samuel Beckett, quizás también algunos otros de los relatos de Kafka, pero
cuyo parentesco con las creaciones del irlandés me parece más estrecho debido
precisamente a su aspecto grotesco, ridículo, bufonesco. Debe moverse y actuar
en un mundo que está a medio camino entre la realidad y el sueño, entre la
certeza y la imaginación, ambivalente, contradictorio, paradójico. Desde el
principio mismo de la serie deja constancia Vilapuig de esa ambigüedad, de ese
intencionado equívoco, como puede comprobarse en ese lienzo de casi dos metros
de lado donde lo mismo parece estar representada una montaña que un montón de
excrementos. Para ello, el pintor juega deliberadamente con la escala y con la
distancia. En otro cuadro, Dels assaigs (I), encontramos a nuestro
personaje desnudo tumbado boca arriba sobre un duro camastro destartalado,
transparentándose su minimalista fisiología interna, casi exclusivamente hecha
de un rudimentario aparato digestivo. Sin embargo, el pintor ha querido destacar
tres partes de su cuerpo, la cabeza, el corazón y el sexo, esto es, la sede del
pensamiento y del raciocinio, el órgano que simboliza la pasión y el
sentimiento, y el lugar donde radica el instinto. Este rey sin reino y
destronado, con la irrisoria corona colgada a los pies de la cama, nos está
diciendo con patética dignidad que la carencia de bienes materiales no le
impide, sino todo lo contrario, ser dueño de su propio destino, gobernarse él
solo y abandonarse a sus pensamientos. Aunque casi siempre aparece con corona,
en verdad autocoronado. «¿Por qué se autocoronan mis personajes?», se
preguntaba Oriol Vilapuig en un breve y esclarecedor texto que me envió
recientemente. Y se contestaba: «¿Es quizás porque en su estado de
incapacidad permanente ante los acontecimientos se aceptan tal como son? ¿O es
quizás porque a pesar de dichas incapacidades se autocoronan incapaces de
reconocerlas? La primera los hace más dignos; la segunda más patéticos».
En Dels assaigs (II), está en una playa, a la que probablemente ha llegado en su periplo sin destino, viaje iniciático que en realidad constituye la búsqueda de sí mismo. Aquí se entrega a su instinto sexual, pero parece torpe e inexperimentado, o quizás ha consumado su apetito y quiere hacernos creer que es un ingenuo. En Dels assaigs (III), de nuevo se enfrentan fuerzas opuestas: de un lado, parece estar plácidamente dormido, como si se tratase de un niño pequeño; de otro, en abrupto contraste, la pesada montaña natural o montón de basura está encima de él, quizás lo aplaste y por eso está rojo, alusión en este caso a los sinsabores y sufrimientos de la existencia —¿o es que en realidad está teniendo un sueño escatológico, retrocediendo a una suerte de fase anal presidida por el principio de placer y sin conciencia de los peligros del mundo?—. Asimismo dormido y, por su esbozo de sonrisa y la relajación de sus párpados cerrados, seguramente soñando con cosas agradables, lo hallamos en Certes preguntes sobre la naturalesa de l'amor (Ciertas preguntas sobre la naturaleza del amor), otra vez envuelto como una crisálida en su capullo. El estado, sin embargo, que mejor lo caracteriza es su conflicto con el medio natural, el grado de desarmonía con respecto a la naturaleza, una ruptura que también está en los orígenes de la modernidad y atestigua y documenta espiritualmente Miguel Eyquem, señor de Montaigne, cuya experiencia consiste «sobre todo en el descubrimiento de la insignificancia del hombre, que al estimarse equivocadamente superior al resto de las cosas, olvida los vínculos que lo unen a la Naturaleza» (Ferrater Mora). De ahí que un pez le muerda el pie a nuestro simpático personaje en Els dolços dies (Los dulces días), para poner de relieve ese desencuentro que sólo puede acarrear infelicidad, acentuada a medida que ha ido avanzando la industrialización. Más aún que en otros, se observa en este cuadro ese modo de proceder nada solemne ni grandilocuente de Vilapuig, sino, por el contrario, desenfadado, irónico, humorístico, inteligente y asequible manera de abordar problemas existenciales. Como Montaigne, Oriol Vilapuig no pretende sino describir un tipo de hombre «particular bastante mal formado», con sus contradicciones y paradojas, lanzado a la vorágine de un mundo que la mayor parte de las veces no comprende, pero que al menos quiere saber algo de por qué está aquí, qué quiere hacer en realidad, cuál es su proyecto de vida. Como Montaigne, Oriol Vilapuig sabe que no hay soluciones definitivas, que nunca terminamos de conocer el mundo y de conocernos, que todo es un misterio y una paradoja. Por eso, «si mi alma pudiera fijarse, no me ensayaría, me resolvería; siempre está en aprendizaje y en prueba». Así también los cuadros de Vilapuig, ensayos del alma que certifican nuestra naturaleza abierta, inconclusa, en evolución permanente.
Oriol Vilapuig’s «essayistic» painting
Enrique Castaños Alés Under the vigorous stylistic protection of a definitely expressionist language, Oriol Vilapuig’s (Sabadell, 1964) paintings shown in this exhibition with the explicit title of Dels assaigs ( About essays), represent an exploration of man’s passions and feelings, an analysis of emotions and of states of minds, an interior journey whose purpose is to get a better understanding of oneself and of one’s place in the world. Explicit because it refers clearly and unambiguously to one of the foundational texts of modern science, Michel de Montaigne’s Essais (Essays). The Essais have represented here the starting point, the intellectual nucleus which has helped as inspiration to some works which, ultimately, portray but a mere reflection on the fragility of human condition. On reading the Essais, Oriol Vilapuig has considered the master of Montaigne as his contemporary, he has identified himself with him and has taken part of the same spiritual anxieties, especially those ones which make him a representative of scepticism and a sharp critic of the so-called security of our knowledge. Johannes Hirschberger has brilliantly and accurately remarked that human incapacity to comprehend the divine truth implied by the opuscule on Nicolas de Cusa’s Docta ignorantia, is secularised now in the philosophy of the Renaissance period, when the whole world is already in itself for us something paradoxical and full of mystery, a new spiritual mood which will end by materialising itself in that real scepticism of Montaigne, for whom man, especially because of the deceitful nature of the experience of senses and because of the insecurity on which our understanding lies, cannot reach a real understanding. But far from leaving it in an «inactive resignation», scepticism leads Montaigne to action, attitude which we also observe in the recurrent character of Vilapuig’s paintings. In the middle of a strange world, controlled by dark powers — Hirschberger goes on stating —, Montaigne discovers that «that who wants to learn how to live, must learn how to die». The last and determining thing is not knowledge, but the moral fact. It is this moral conscience, as well as the fact of revelation, what gives some kind of security to man in the middle of the world’s helplessness and sorrow, allowing him at the same time to recover an independent existence. The same independence which, apart from Montaigne and other facts concerning its content, Oriol Vilapuig’s painting has. A painting — which in my opinion has to be underlined in an artistic period as the present one — completely autonomous, full of an extraordinary physical and sensorial quality, with an exultant chromatism and a very lively body-language. A painting-painting which exists without having to find an answer beyond the shapes covering the surface of the canvas, a pictorial painting, which does not need any metatextual justification, whose happy physical plenitude, because of the tactile texture of the brushstrokes and of the pigments, or because of the intensity of the shades, is enough for it to exist as aesthetic reality. Let us think, for example, in paintings like Bather and Billy Budd, in which blue colour floods everything, standing out from any other resource or presence, bathing the sight of pure seascape poetry. But, apart from this autonomy of exclusively painting resources, the fact is that in the present collection Oriol Vilapuig makes an interesting reflection on the human being, his anxieties and his place in the world. Whether it is his alter ego or not, the truth is that that recurrent character in his paintings is a fragile, helpless, and even disabled being ( see that his arms have been amputated), a being which brings into our memories Samuel Beckett’s characters, perhaps some other ones as well from Kafka’s stories, but whose similarity with the works of the Irishman seems to me closer due as a matter of fact to the grotesque, ridiculous and clownish aspect. He must move and act in a world which is half way between reality and dream, between certainty and imagination, ambivalent, contradictory, paradoxical. From the very beginning of this collection Vilapuig shows that ambiguity, that deliberate vagueness, as it can be seen in the almost two side metres canvass where we cannot distinguish whether it is a representation of a mountain or of a heap of excrements. In order to achieve that, the painter plays deliberately with scale and distance. In another painting, Dels assaigs (I), we find our character naked lying on his back on a shabby hard old bed, showing his minimalist internal physiology, made almost exclusively of a rudimentary digestive system. Nevertheless, the painter wanted to highlight three parts of his body, head, heart and sex, that is to say, the place for thought, and reason, the organ which represents passion and feeling, and the place where instinct is. This king without kingdom and dethroned, with the derisory crown hanging at the bottom of the bed, is telling us with a pathetic dignity that the lack of material possessions does not prevent him from, but on the contrary, being owner of his own destiny, ruling himself and giving himself up to his thoughts. Although he usually appears with crown, in fact self-crowned. «Why do my characters crown themselves?», Oriol Vilapuig wondered in a brief and explanatory text which he recently sent me. And he answered himself. «Is it maybe because in their state of permanent incapacity towards events they accept themselves as they are? Or is it because in spite of those incapacities they crown themselves unable to recognize them The first one makes them worthier; the second one more pathetic». In Dels assaigs (II), he is on a beach, to which he has probably has come in his long journey without destination, initiation journey which in fact represents the search of himself. He gives himself up to his sexual instinct, but he looks clumsy and inexperienced, or maybe he has fulfilled his appetite and wants to make us believe that he is naive. In Dels assaigs (III), different forces are confronted again: on the one hand, he seems to be placidly asleep, as if he were a baby; on the other hand, in a very marked contrast, the heavy natural mountain or heap of rubbish is above him, it may crush him and that is the reason that he is red, in this case a reference to the upsetting experiences and sufferings of life ─ or is he in fact having an scatological dream, going back to a kind of anal period prevailed by the principle of pleasure unaware of the dangers of the world?─. Asleep as well and, because of his hint of smile and the relaxation of his closed eyelids, probably dreaming of nice things, we find him in Certes preguntes sobre la naturalesa de l’amor (Some questions about the nature of love), wrapped again as a chrysalis in its bud. Nevertheless, the state which depicts him better is his conflict with the environment, the degree of disharmony in relation to nature, a break which is also in the origins of modernity and which is testified and documented spiritually by Miguel Eyquem, master of Montaigne, whose experience involved «above all the discovery of the insignificance of man, who by considering himself wrongly superior to the rest of things, he forgets the ties which link him with Nature» (Ferrater Mora). For that reason a fish bites the foot of our nice character in Els dolços dies (The sweet days) to stress the fact of that misunderstanding which can only bring unhappiness, heightened as the industrialization has been progressing. In this picture in particular, more than in any other one, we can see that way of conduct by Montaigne not solemn at all nor grandiloquent, but on the contrary, a confident, ironic, humorist, intelligent and accessible way to deal with existential problems. Like Montaigne, Oriol Vilapuig only expects to describe a «particular rather malformed» kind of man, with his contradictions and paradoxes, thrown to the whirl of a world , which he cannot understand most of the times, but which, nevertheless, wants to know something about why he is here, what he really wants to do, which his project of life is. Like Montaigne, Oriol Vilapuig knows that there are no definite solutions, that we can never know the world and ourselves completely, that everything is a mystery and a paradox. That is why, «Could my soul once take footing, I would not essay but resolve: but it is always learning and making trial». In the same way Vilapuig’s paintings, essays of the soul which certify our open nature, unfinished, in permanent evolution.
Traducción
de José María Valverde Zambrana Publicado originalmente en el catálogo de la exposición de Oriol Vilapuig celebrada en la sala de arte de la Universidad de Málaga en marzo de 2001 |