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Transfiguraciones espirituales Vídeo. Bill Viola. Obras figurativas. Museo Picasso Málaga. Málaga. C/ San Agustín, 8. Hasta el 12 de septiembre de 2010.
Los tres trabajos recientes, en soporte vídeo de alta definición, de Bill Viola (Nueva York, 1951) que nos ofrece el Museo Picasso Málaga, exploran algunos de los temas considerados siempre más consustanciales a la condición humana, especialmente el de la muerte, pero también la soledad, la incomunicación, el nacimiento y la relación amorosa. En todos ellos las figuras humanas emergen pausada y cadenciosamente de un más allá neblinoso y algo borroso, un mundo grisáceo donde no existe el color y los seres parecen estar en una situación de suspensión o de espera, hacia una realidad luminosa como un mediodía inundado de sol, en la que los colores embellecen los cuerpos y los vestidos, y lo hacen después de atravesar necesariamente una abundante cortina de agua, que baña a las figuras al mismo tiempo que se va produciendo el paso de la penumbra a la luz, de la ausencia de color a un cromatismo prístino y vivificante. El agua, pura y cristalina, parece haber sido empleada aquí con la intención de dotarla de uno de sus significados simbólicos más universales, el de la purificación, de los cuerpos y de las almas, una purificación que se enfatiza al bañar la luz, con intensos contrastes de luces y de sombras, los extáticos rostros de los personajes. Es posible que Bill Viola haya tenido en cuenta para realizar estas tres obras el célebre cuadro de Pablo Picasso titulado La vida, de 1903, que guarda el Museo de Cleveland, y que es sin duda una de las pinturas más emblemáticas del periodo azul del malagueño. Muchas veces se ha hablado de la contraposición en ese cuadro del amor físico, carnal, frente al amor materno, o de las figuras recogidas y acurrucadas en posición fetal que aluden casi seguramente al dolor, el sufrimiento y la muerte. Es posible que todavía Picasso no se hubiese quitado de encima el espectro de su amigo Casagemas, muerto en tan trágicas circunstancias. Pero, más aún que el simbólico cuadro de Cleveland, probablemente haya sido la sacristía nueva de la iglesia de San Lorenzo de Florencia, obra maestra de Miguel Ángel, la creación artística más tenida en consideración por Viola en esta ocasión. Tanto por las esculturas de las tumbas mediceas, como por la significación simbólica de la paredes de la capilla, que como una sutil membrana separan el mundo de la vida del mundo de la muerte. Así interpretaba Giulio Carlo Argan, en un famoso texto, aquel espacio sublime del Buonarroti, cuando hablaba del «espacio cúbico inundado de luz clara, es decir, del intelecto liberado de la materia, al que se asoman, procedentes del espacio exterior de la naturaleza o de la vida, las figuras de los príncipes». Aparentemente, Viola hace que sus figuras surjan del mundo de las sombras, del mundo de la muerte, y se introduzcan en el de la vida, aunque finalmente retornarán a aquella realidad de la que proceden. Sin embargo, podría interpretarse su obra como el tránsito de lo que no tiene definición y permanece confuso y falto de visibilidad, a una realidad en la que se produce la plenitud del ser como consecuencia de una transfiguración espiritual. Esa plenitud, que se concreta en el arrobamiento de las figuras, se hace posible gracias al poder purificador del agua, que sustituye aquí la membrana arquitectónica de las tumbas mediceas, y a la luz casi cegadora, símbolo del entendimiento y de la liberación de la grosera materia.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 4 de septiembre de 2010.
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