|
La deuda europea Obra sobre papel del sincrético vanguardista argentino Xul Solar. Pintura. Alejandro Xul Solar. Palacio Episcopal. Málaga. Plaza del Obispo, s/n. Hasta el 5 de julio de 1998. Aunque probablemente la pintura no fuese para el solitario y hasta cierto punto inclasificable creador argentino Alejandro Schulz Solari (1887-1963) —el nombre con que universalmente se le conoce, Xul Solar, lo adoptó en Florencia en 1916, motivado sin duda por su identificación con el mundo de los símbolos: Xul, al revés, se lee lux, esto es, la unidad de medida de la intensidad luminosa, con lo que el seudónimo vendría a significar algo así como intensidad del Sol, razón que explica la aparición del disco solar en muchas de sus composiciones— la más elevada de las actividades humanas, sí pareció erigirse en todas las etapas de su larga trayectoria en el crisol donde fundir y llevar a cabo la anhelada síntesis de sus vastos intereses intelectuales (que abarcaban, entre otros, el campo de la astrología, las religiones, las invenciones, la música, el lenguaje, el ajedrez, la arquitectura y las artes aplicadas), pero también quizás por ello mismo sobrecargada de referencias simbólicas de las más diversas culturas y civilizaciones (precolombinas, orientales y occidentales), en detrimento de los resultados estrictamente plásticos, tanto si la comparamos con la de aquellos representantes de la vanguardia histórica europea que más le influyeron y que más admiraba (los miembros de Der Blaue Reiter, sobre todo Kandinsky, Klee, Delaunay, Chagall, Poelzig, Taut), como con la producción de simbolistas como Böcklin y Toorop o incluso con la de artistas visionarios como Blake, cuyas ilustraciones para la Divina Comedia, pongamos por caso, ofrecen una calidad estética muy superior. Entre las múltiples influencias recibidas, tan determinantes del carácter sincrético que acabaría alcanzando su obra, ninguna comparable a la que de manera directa absorbió durante los doce intensos años (1912-24) que permaneció en Europa, según se desprende de su producción de ese periodo y de la del resto de su vida, de modo invariable realizada con témpera y acuarela sobre papeles de pequeño formato y profundamente deudora de los movimientos de vanguardia que entonces se sucedían en el viejo continente a un ritmo vertiginoso, principalmente el cubismo, el expresionismo, el orfismo y el surrealismo, aunque siempre revestidos en Xul con el entusiasmo por lo decorativo y el extraño ropaje de lo simbólico, más cercanos sin embargo a los arcanos y signos esotéricos de las variadas ciencias secretas que siempre le apasionaron que a las propuestas estéticas del simbolismo y del modernismo como tendencias históricas. De regreso a Buenos Aires, junto a su inmediata vinculación con la joven vanguardia literaria argentina, agrupada alrededor de la revista Martín Fierro, y de la que es obligado mencionar su íntima amistad y afinidad intelectual y espiritual con Borges (manifiesta causa de la fascinación que despierta Xul entre algunos escritores), lo más destacable es el curso que va a ir tomando su pintura, orientada primero hacia la expansión de su universo personal, con nuevas cosmogonías cuyo espacio se integra con sus anteriores arquitecturas ilusorias y con la incorporación de ignotos países imaginarios, ciudades flotantes, misteriosas montañas y abismos insondables, encaminada por último, sobre todo desde finales del decenio de los cincuenta, hacia la articulación entre escritura e imagen. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 27 de junio de 1998
|