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Revisitación de la «vanitas» barroca Pintura. Jesús Zurita. Raja. Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 23 de mayo de 2010.
La pintura actual de Jesús Zurita (Ceuta, 1974), procediendo a un giro casi copernicano en varios aspectos en relación a su producción inmediatamente anterior, ha elegido el género de la «vanitas» española del Siglo de Oro para concretar su nuevo lenguaje plástico, que se concentra no tanto en los significados alegóricos e iconográficos de esos cuadros de nuestra pintura del siglo XVII, cuanto en los valores de superficie del lienzo y en la recreación material de los objetos. La «vanitas» (vanidad) en la pintura española del Siglo de Oro fue objeto hace más de cuatro decenios de un brillante análisis por parte del historiador del arte Julián Gállego en el contexto de un libro clásico sobre el carácter simbólico de la pintura hispana en esa centuria. Ahí se nos recordaba su posible origen inspirado en las palabras del Eclesiastés: «Vanidad de vanidades y todo vanidad», transformadas en máxima ascética por Tomás de Kempis: todo es vanidad, excepto amar a Dios y servirlo. Este término «vanidad», señala Gállego, podría perfectamente sustituirse por el de «desengaño» que emplearon nuestros conceptistas Quevedo y Gracián. Los mejores ejemplos de «vanitas» quizá sean los Jeroglíficos de Valdés Leal, en el Hospital de la Caridad de Sevilla y dos lienzos de Antonio de Pereda, uno en la Academia de San Fernando y otro en Viena. De toda la profunda simbología de los objetos representados en estas composiciones alegóricas, sólo debemos fijarnos aquí, por la incidencia que tiene en la propuesta de Jesús Zurita, en el tratamiento otorgado al vestido del personaje pintado en cuestión. Recordemos únicamente la suntuosidad y calidad material de los tejidos representados en ambos cuadros de Pereda. Éste es uno de los principales puntos de partida de Zurita. El pintor andaluz, como decimos, deja a un lado las cuestiones iconológicas. Su interés se centra en las calidades superficiales, en los valores representacionales, pero estableciendo un curioso contraste: entre el realismo y detallismo naturalista de los ropajes y la delicuescencia de los paisajes. En el mismo lienzo conviven, de un lado, esas formas fantasmales pero muy realistas, envueltas en un vívido color rojo, y de las que parecen brotar o estar encerradas raíces densísimas o cabellos asimismo muy tupidos, y de otro lado árboles con copas frondosas muy verdes que resultan completamente diluidos, como una mancha vagamente aceitosa. Hay que insistir en el carácter suntuoso de esta pintura, minuciosa y exacta, de dibujo muy elaborado, en la que la «vanitas» barroca semeja transformarse en una suerte de indeterminada forma surreal que podría recordarnos algunos cuadros de Max Ernst del periodo de posguerra. Imaginemos que estas formas de Ernst conviviesen junto a otras dependientes de Rothko o de Esteban Vicente. Dice Zurita que la tela de sus composiciones «cubre piel, carne y hueso». Hay también un deseo de ocultamiento, un misterio indescifrable que no puede revelarse. De otra índole son otros cuadros más pequeños de la exposición, cuya estación intermedia es una obra en la que la simbología surreal, verbigracia corrientes sin principio ni fin, coexiste con objetos propios de las «vanitas» barrocas, por ejemplo huesos y calaveras. En cuanto a los lienzos de menor formato, parecen iniciar una nueva vía de investigación, en la que, sin abandonar las referencias surreales, el pintor se adentra en un microcosmos más poético y sutil.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 22 de mayo de 2010
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